martes, 31 de mayo de 2011

Maniquí


Aún tenía ese olor a cigarro, alcohol y jazz del lugar, por lo que prefirió caminar, venía como siempre, solo, lo único que hacia era dedicarse a contar el fajo de billetes ganado por sus cuatoras de trabajo realizado en aquel bar de mala muerte donde ha trabajado por los últimos tres años.
Mientras caminaba por aquellas calles de la ciudad solo le venía a la mente ese lugar que parece romper las leyes de la sociedad, las mujeres y hombres parecen ser otros cuando mezclan alcohol y algo de buena música, pensaba mientras sacaba su último cigarrillo de la cajetilla y buscaba la caja de cerillos que guardó, según él en la bolsa de su chamarra. Al terminar su cigarro lo dejó caer sobre un charco para evitarse la molestia de tener que apagarlo, se subió el cierre de la chamarra para guardarse del frío y siguió caminando por las calles apenas alumbradas por unos cuantos faros, después de dar unos escasos diez pasos al otro lado de la calle la vio: la tez blanca, virgen ante los rayos del sol; labios delgados y de un color tan tenue que apenas se distinguía; cabellos largos y de color negro como el abismo, aunado a eso unos ojos azules y profundos que parecían leerte el alma. 
Él se quedó pasmado ante la figura de aquella mujer, nunca había visto algo igual, su mente se quedó con esa imagen y no la pudo sacar por los siguientes segundos. Tras pasar saliva y recobrar el sentido logró cruzar la calle, aún con paso torpe; ahí estaba ella, usaba un vestido blanco que le permitía mostrar sus largas y delgadas piernas y un sombrero, algo fuera de temporada, se maravillo todavía un poco más, la miró y como si tomara una fotografía, guardó esa imagen en algún lugar remoto de su mente sin darse cuenta, sonrío y continuó su paso para alejarse de aquella pequeña boutique.

sábado, 7 de mayo de 2011

Cafe Matutino

Luis, sentado frente a la televisión sobre su sillón predilecto, el cual tenía bolsas de comida vacía y las botellas sin alcohol de esas fiestas para olvidar, tomó un vaso con agua y dos aspirinas. Luis, algo crudo, miró debajo del sillón y sacó una caja, algo vieja y llena de moho debido a la humedad que se llega a colar, veía esas fotos, fotos de recuerdos que jamás regresarían, de esos recuerdos que solo le traen lágrimas a los ojos de solo traerlos a la mente; se levantó, prendió la cafetera y mientras el agua burbujeaba decidió repasar el último paquete de fotografías; entre más tiempo pasaba viéndolas sentía como algo le apretaba el pecho, quizá era ese llanto ahogado o probablemente sus años de fumador que le cobraban la factura.
Luis miró como el reloj cucú delataba que eran las 9 am y volvía a meterse a su casa. Mientras se preparaba una taza de café le venían esos recuerdos que se reprimía todas las noches para no llorar y dejaba caer unas cuantas lágrimas sobre su café,  entretanto le ponía las ya clásicas 2 cucharadas de azúcar. Se relajó sobre el sillón por última vez y de esa caja vieja sacó esa foto que tanto le dolía, esa foto que de solo intentar tocarla le temblaba la mano y la vista se le ponía acuosa; la tomó con las 2 manos, cerró los ojos, puso un cigarrillo en su boca y lo prendió mientras daba esa primera bocanada, miró la foto una vez más y tomó el último sorbo de café, para solo después de lavarla la taza y leer el nombre de Mariana dar ese suspiro monótono y lento; se arregló la corbata, guardó las fotos en la misma caja vieja y abrió la puerta de la casa solo para regresar una vez más a esa misma rutina, a esa maldita rutina.